Pues resulta que me invitaron a
ser jurado de la beca del FONCA de jóvenes creadores, uno de los principales
programas de la institución (que creo que ahora ya no es FONCA pero como nadie
sabe bien qué es, pues le seguimos diciendo así); y dije que sí. Es en muchos
sentidos una situación traumática, pero quisiera sacarle algo de provecho
compartiendo mi experiencia y poniendo de antemano la pregunta abierta ¿cómo
podemos hacer para que esto resulte más justo y mejor para todas?
Y es que el tema desata pasiones.
Gestiona los odios y las envidias. Nos pone en competencia descarnada unos con
otros. Siempre hay inconformes y no faltan las críticas. Nido de corruptos, los
mismos de siempre, qué tiene su proyecto que no tenga el mío. Yo mismo he
participado con pasión y deleite en todo tipo de reproches.
Me parece que muchas críticas que
se hacen a la selección de becarios son pertinentes, o parten de una intuición certera,
pero considero que puede ser útil conocer el proceso de dictaminación desde el
punto de vista de un jurado, porque también abundan los juicios y prejuicios
injustos que parten de la ignorancia, contra la manera de seleccionar o incluso
contra las personas que seleccionan.
Esta fue, pues, mi experiencia en
este vapuleado 2020.
1. La
cantidad y el tiempo
Lo primero es recibir el
documento con la cantidad de aplicaciones. 102 aplicaciones de dramaturgia, de
las cuales tendríamos que seleccionar solamente 6. Sin haber leído nada supe de
inmediato que iba a ser un naufragio absoluto. ¿6 de 102? ¿En serio?
Hay que mencionar que este año,
para cada especialidad dentro de la disciplina teatro, hubo comités de
selección diferentes. Es decir, que para dramaturgia fuimos invitados tres
jurados, para dirección otros tres y para diseño escénico otros tres. Solo
revisé proyectos de dramaturgia. Cuando me tocó ser becario de jóvenes
creadores por primera vez, el total de aplicaciones para todas las
especialidades fueron alrededor de 100, las mismas que este año hubo solo para
dramaturgia. Aquella vez se eligieron dos dramaturgos, esta vez se eligieron
seis. El numero de becarios ha crecido, pero el número de aplicaciones ha
crecido mucho más.
Nos enviaron el código de ética,
que debíamos leer y firmar, y una hoja para declaración de vínculo, es decir,
para que en caso de tener algún vínculo con alguno de los postulantes lo mencionáramos
desde el principio y nos abstuviéramos de evaluar esa postulación.
Además, había que revisar esa
cantidad de proyectos en aproximadamente 40 días para llegar a tiempo a la
dictaminación. Calculé que debía revisar a razón de 3 proyectos por día,
dejando algunos días de descanso para despejar la mente.
2. Declaración
de vínculo.
De inmediato vi en la lista de
postulantes a varias personas conocidas. Y aquí empezaron las dudas. ¿En qué
momento se puede establecer que existe un vínculo con alguien del gremio?
En algunos casos es claro: si
fuiste maestro o alumno en un lapso de dos años antes de la postulación, hay
vínculo académico. Si trabajaste subordinado o como jefe, o si participaste en
un proyecto con alguien en ese mismo lapso, existe un vínculo laboral o
profesional.
Yo reconocí dos vínculos
académicos y un vínculo profesional. Hasta aquí todo bien.
Luego lo difícil: ¿vínculo
afectivo?
En el gremio, luego de varios
años, uno termina por conocer mucha gente con la que simpatiza o antipatiza.
¿Cuál es la frontera que establece el vínculo para el FONCA? Lo que se indica
en el código de ética es que debe declararse si ese vínculo pudiera influir en
el juicio sobre la persona. Y me parece bien, pues me invita a hacer un trabajo
de introspección al respecto. ¿Soy verdaderamente imparcial o quisiera que esta
persona gane o pierda por mis afectos involucrados? Pero… ¿Y si me creo
perfectamente capaz de omitir mis sentimientos y ser puramente objetivo?
No fue mi caso, al menos.
Reconocí a varias personas que
aprecio y cuyo trabajo conozco y admiro, sin sentirme tentado a favorecerlas.
Pero reconocí a una persona que aprecio a la que sí me sentí tentado a
favorecer sin conocer el proyecto. Y decidí ahí declarar el vínculo afectivo.
Podría también haber decidido no declararlo y hacer el esfuerzo de
imparcialidad, y no habría manera de demostrar ninguna falta. Quizá esto
hubiera cambiado el resultado de la selección final. ¿Es justo?
El procedimiento me parece de lo
mejor que puede establecerse al respecto, pero me quedan algunas dudas.
3. La
inevitable subjetividad.
Entonces, leyendo los proyectos,
leyendo las obras que los postulantes mandan como referencia, revisando sus
trayectorias ¿es posible ser objetivo y darle la beca a quien más la merece?
Spoiler alert: no.
El mecanismo que el FONCA ha
implementado lo intenta y fracasa.
Tras haber superado los primeros
filtros, se nos invita al comité dictaminador a asignar un puntaje a cada
proyecto según ciertos criterios establecidos: Trayectoria del postulante; Originalidad
y calidad de la propuesta presentada; Viabilidad del proyecto; Lo propositivo y
significativo del proyecto. En cada rubro se puede determinar si el postulante-proyecto
no tiene (0 puntos) si es mínima (5 puntos); si es suficiente (10 puntos); si
es buena (15 puntos) o si es sobresaliente (25 puntos) Para luego, sumando
todo, obtener una suma total que nos da en automático un posicionamiento de las
postulaciones (de más a menos puntos totales) según se han “calificado”
Aclaración: No pude revisar los
proyectos de las personas con las que declaré vínculo, así es que no pude
asignarles ninguna puntuación.
Mi reflexión en cada caso es la
siguiente:
a. Trayectoria
del postulante. Esta es la más fácil de definir. Se revisa el currículum
enviado, en caso de dudas se coteja con los documentos probatorios, y mal que
bien podemos ir ubicando cada postulante según su trayectoria. No obstante,
este rubro acarrea un problema. Muchas veces se reclama que se elija “siempre a
los mismos”, y resulta natural que alguien que ha tenido apoyo del FONCA antes,
salga mejor puntuado en este escaño. No solo porque una beca cuenta en el
currículum, sino también y sobre todo, porque alguien que tuvo tiempo para
desarrollar un proyecto artístico con apoyo, probablemente estará en mejores
condiciones para gestionarse una carrera en las artes, el tiempo de trabajo le
habrá otorgado habilidades técnicas y conceptuales y además, tendrá experiencia
redactando sus proyectos, pudiendo decir de mejor manera qué es lo que se
propone hacer. O sea, de entrada hay un piso de desventaja importante entre
quienes han tenido el estímulo antes (u otros estímulos similares) y quienes no
han tenido nada. ¿Significa eso que son menos merecedores?
b. Originalidad
y calidad de la propuesta presentada. Esta sí es un embrollo. Para empezar
porque no es lo mismo originalidad que calidad, pero acá vienen juntas y hay que
elegir. ¿Lo califico alto porque es original o porque tiene calidad? Pero… ¿qué
significa “original”? ¿Y qué significa “calidad”? La originalidad la tengo que
determinar respecto a lo que yo, como jurado, conozco y he visto. Se supone que
soy experto en la materia, así es que debo tener un amplio bagaje. Puedo
considerar un proyecto “original” si me resulta poco frecuente la propuesta que
plantea. En este sentido, por ejemplo, hubiera tenido que puntuar bajo a varios
proyectos sobre violencia de género que se presentaron, que parecían básicamente
el mismo proyecto situado en diferentes latitudes. O más general: puntuar bajo
a los proyectos con temáticas sociales, con investigación de campo y generados
a partir de entrevistas. Hubo muchísimos de estos. Yo preferí dejarlo un poco
más abierto, y considerar una mejor puntuación si en el proyecto había algún
aspecto poco frecuente o menos atendido en el campo de la dramaturgia, fuera
social, formal o temático. Pero luego viene el otro asunto: la calidad. ¿Quién
decide los criterios de “calidad” de las obras artísticas? Peor aún ¿cómo
anticipar la “calidad” de una obra cuando apenas es un proyecto, un deseo de
hacer algo? Puedo verificar hasta cierto punto el dominio técnico de las
herramientas de escritura teatral en los textos de referencia que cada postulante
manda, y luego estimar si ese dominio es aplicable o útil para el proyecto que
propone. ¿Eso determina la “calidad” potencial de un proyecto? Ni de lejos.
Salvo algunas postulaciones con importantes carencias técnicas, no me fue
posible determinar calidades sin que me temblara la mano. Cada jurado puede tener sus propias y
personales directrices de calidad y originalidad, pero termina siendo una cuestión
de intuiciones. Por ejemplo, a mí me resultaban “originales” proyectos sobre
temas como trans humanismo, propuestas de hipertexto con diferentes rutas de
lectura o libros de artista cruzados con teatralidad, porque son cosas que he
visto poco en el teatro mexicano. Y en cuanto a la calidad, me parecían mejores
aquellos proyectos que proponían una visión diferente, que mostraban aspectos o
situaciones desde un ángulo que me obligaba a mirar de nuevo el asunto, a ver
con ojos renovados. Pero esos son mis criterios personales, no necesariamente
compartidos con los otros jurados. En este punto, la puntuación depende
completamente del imaginario de quien la asigna, de sus preferencias
personales, de su propia obra y cómo la trabaja. Y el resultado final, la suma
de los puntajes de los jurados, depende también de qué tanto los imaginarios de
las tres personas del comité coinciden o difieren.
c. Viabilidad
del proyecto. Esta pudiera parecer fácil, pero tiene algunos vericuetos. En
principio, se considera inviable un proyecto que se propone abarcar demasiado respecto
al tiempo que dura la beca. O un proyecto que no corresponde con la trayectoria
del postulante podría parecer menos viable (por ejemplo, si alguien que nunca
ha realizado trabajo comunitario propone la escritura de una obra en una
comunidad específica partiendo de testimonios) Sin embargo ¿puedo estar seguro
de que esto es justo? ¿Y si la persona que propone escribir 365 obras breves
realmente puede lograrlo? ¿Y si quien desea usar la beca para acercarse a una
comunidad tiene un legítimo interés? Aunque el criterio parezca fácil de
determinar, no queda exento de injusticias.
d. Lo
propositivo y significativo del proyecto. Y volvemos a los entuertos. ¿Qué
significa “propositivo” y qué quiere decir “significativo”? Para mí, la palabra
“propositivo” remite a quien insiste en un propósito, o a quien propone algo.
De entrada, todos los proyectos me parece que cumplen y que no hay manera de
descartar o elegir con este criterio. Luego lo “significativo” me remite a
aquello que considero que pueda tener mayor significancia en… ¿la historia? ¿la
sociedad? ¿las artes? Bueno, pues todo un poco. Pero para ser honestos, terminé
considerando este criterio como la pertinencia de realizar cierta obra, en el
contexto político, social y artístico del México de 2020; es decir, que ciertas
formas y temáticas, situadas en una geografía específica, pudieran generar diálogos
y reflexiones que me parecieron importantes para la sociedad de hoy. No sé si
hacia allá va la intención del FONCA, pero me pareció lo más decoroso.
Como se verá,
hay mucha ambigüedad en los términos, y a final de cuentas, pese a las buenas
intenciones, los criterios de selección acaban siendo, inevitablemente,
subjetivos y más o menos arbitrarios. Esto significa que ante las mismas
postulaciones, lo más probable es que otro jurado hubiera calificado diferente,
y hubiera elegido a otros beneficiarios del apoyo.
De esto se
desprende otra conclusión: los seleccionados no son, de ninguna manera y desde
ninguna perspectiva, los “mejores” en nada. Solo son los que un grupo de
personas consideraron interesante apoyar (pero abundaré en esto más adelante,
porque la cosa no se queda, ni de lejos, en asignar un puntaje a los proyectos).
Pero es
importante decir una cosa más: este procedimiento restringe la posibilidad de
que un jurado cuele a un “favorito” sin méritos ni trayectoria entre los
finalistas, porque aunque lo califique muy alto, el promedio con los puntos
asignados por los otros jurados lo bajará de rango. Y a propósito de eso,
desarrollo el siguiente punto.
4. La
deliberación con los otros jurados.
Las puntuaciones se mandan al
FONCA y ellos preparan en un Excel los materiales organizados para el día de la
deliberación, donde tendremos que ponernos de acuerdo a quienes elegir.
Y como decía antes, la cosa no se
queda en asignar puntajes.
Si bien las puntuaciones son una
herramienta, se nos dejó muy claro que no tenían un valor definitivo, y que si
considerábamos que algún proyecto había quedado descartado injustamente,
podíamos argumentar.
Además de los puntajes antes
descritos, cada jurado pone en una casilla si considera que el postulante es o
no candidato a recibir la beca. Al principio, antes de mandar los materiales,
me di cuenta de que había seleccionado como
candidatos posibles a más de 60 postulantes. Sí, más de 60 proyectos me
parecieron dignos de recibir el apoyo, por diferentes razones. Pero se me dijo
que convenía que eligiera unos 20 como candidatos (cosa que hice), y que
acabaríamos eligiendo solo a 6.
No sé si haya gente que se sienta
poderosa al decidir sobre la vida de otras personas. Yo me sentí abiertamente
miserable.
Y aprovecho aquí para plantear mi
preocupación principal: ¿No somos capaces como sociedad de crear una estructura
cultural donde sea posible realizar con remuneración todos estos proyectos? ¿No
saldríamos beneficiados todos? ¿Sería realmente tan caro? Porque 6 personas van
a tener una oportunidad fabulosa de desarrollarse como dramaturgas, pero al
menos otras 50 personas que merecían la misma oportunidad se sentirán
decepcionadas, frustradas, descorazonadas…
Pero volviendo al tema de los “candidatos”
que elige cada jurado, es importante decir que este marcador es fundamental,
porque al llegar a la deliberación, las autoridades del FONCA nos presentaron
la lista de candidatos en un orden específico: en primer lugar, aquellos que
los tres jurados consideramos candidatos, y estos, ordenados además de mayor a
menor según la puntuación promediada entre los tres jurados; en segundo lugar,
a aquellos que habían seleccionado solo dos jurados; luego los que habían sido
seleccionados por uno solo de los jurados.
Los que no fueron considerados
por ningún jurado quedaron descartados de inmediato.
No recuerdo con exactitud cuántos
quedaban todavía por revisar, pero eran más de 30.
Había alrededor de 8 que todos
los jurados habíamos votado a favor. (Casi podríamos haber reducido la
discusión a esos 8 y ya, pero decidimos discutir más a conciencia otras
postulaciones también)
Había 5 que, por declaraciones de
vínculo, no tenían los votos completos, pero fueron considerados con medio
punto para que paliar la desigualdad inevitable. Y aquí vale aclarar un punto:
esto puede jugar en contra o a favor del postulante, porque si yo declaré
vínculo, pero no lo hubiera considerado favorito, el postulante ganaría medio
punto, pero si lo hubiera considerado favorito, el postulante perdería medio
punto.
Nos limitamos a discutir todos
los que tenían 2 y 3 votos como candidatos, y hablamos de cuatro casos que solo
tenían un voto.
No daré detalles de las
discusiones (lo siento por los morbosos) pero sí diré que todo fue cordial y bien
razonado. Aunque a ratos las preferencias no coincidían, y los criterios o
gustos artísticos tomaban sesgos diferentes, supimos conciliar, reflexionar e
incluso cambiar de opinión.
La deliberación en sí misma tiene
un carácter confidencial, y se nos invita a hablar libremente. Si me preguntan,
pienso que debería ser pública, y cada jurado podría hacerse responsable de sus
palabras sin ningún problema. Si se hiciera pública nuestra deliberación, estoy
seguro que cada uno podríamos sostener lo que dijimos con argumentos sensatos,
incluso aquellas que fueron opiniones subjetivas del tipo “este proyecto no me
da confianza, siento que no va a cumplir lo que se propone” (No se dijo así
literalmente, pero la idea estuvo ahí)
En ningún momento, las
autoridades del FONCA intentaron intervenir o inducir hacia algún candidato o
estilo o nada semejante. Tuvimos absoluta libertad para debatir y decidir.
Ante la cantidad de proyectos meritorios
y el reducido número de becas disponibles, tuvimos que proponernos algunos
criterios adicionales para ayudarnos a decidir. Por ejemplo: si ya había tenido
beca dos veces antes, mejor descartar; si había tenido beca en tiempos
recientes, descartar (Y ojo, esto también es injusto, porque así como es bueno
que gente nueva tenga los apoyos, también lo es que quien ha demostrado
consistencia en su trabajo los siga teniendo); buscamos que hubiera presencia
de los estados, así es que en algún punto, los de la CDMX empezaron a ser
descartados; decidimos que convenía apoyar diversidad y variedad de poéticas y temáticas
así es que a veces descartamos proyectos que coincidían con otro que sentimos
más pertinente; por suerte no tuvimos que buscar paridad de género, pues la
mayoría de las candidatas preseleccionadas eran mujeres, y podríamos haber
elegido solo mujeres sin sentir que cumplíamos una cuota.
Llegados al punto de
incertidumbre total entre varios candidatos, ponderamos sobre todo que hubiera
claridad en las propuestas y congruencia con las trayectorias y los objetivos
planteados.
Aún así, teníamos doce proyectos
igualmente valiosos. Y aún así tuvimos que descartar.
De mis siete proyectos favoritos,
solo dos quedaron en la selección final. Uno de los seleccionados no tuvo ni mi
voz ni mi voto en ningún sentido, porque había declarado vínculo y debí
abstenerme cuando los otros jurados debatieron al respecto, se me pidió abandonar la sala y así lo hice. Los otros tres,
aunque no estaban en mis siete favoritos, sí estaban entre mis doce favoritos,
así es que de cualquier forma me siento satisfecho al respecto.
Pero no dejo de pensar en los 50
proyectos que no quedaron. Y de esos 50 en al menos otros 10 que me resultaban
imprescindibles. Ojalá sigan aplicando y ojalá pronto reciban el apoyo que
merecen.
5. La
estúpida competencia.
¿A quién se le ocurrió que la
competencia era la mejor manera para que los humanos se desarrollen?
Es completamente ridículo.
¿Cómo poner a competir 102
proyectos por tan solo 6 becas?
Es una clara apuesta por la frustración
y el resentimiento, no por el arte.
Y aún así es lo mejor que hay. Es
mejor que nada y debemos defenderlo.
Pero defenderlo no debería
implicar dejar de buscar la forma de un mecanismo mucho mejor.
Tal vez no sería tan problemático
si sucedieran al mismo tiempo dos cosas:
1. Que
la cantidad de apoyos fueran el triple. Si hubiéramos podido dar 18 becas en
lugar de solo 6, aunque no alcanzaríamos a cubrir los proyectos meritorios, sería
un gran avance.
2. Si
no fuera este el único mecanismo de subsistencia que les permite a los artistas
concentrarse en un proyecto durante todo el año. Si la mayoría tuviera ingresos
regulares y suficientes por hacer su arte, las becas serían, entonces sí, un
estímulo y reconocimiento, pero no una de las pocas formas de
profesionalización (es decir, dedicar la mayor parte del tiempo al arte, y no a
otra cosa para subsistir)
El sistema de becas es
inevitablemente injusto. Por más candados que se pongan, el problema no se
resolverá. Se necesita mucho más dinero público en la bolsa para empezar a
perfilar una diferencia, sumado a políticas culturales que aseguren trabajo
remunerado constante a los artistas.
¿Es posible imaginar un sistema
que fomente la colaboración en lugar de la competencia? Una convocatoria donde,
para obtener el apoyo, tengas que ayudar a otro a mejorar su proyecto. Donde el
éxito de alguien más te garantice beneficios.
Vivir un año (o tres) gracias al
apoyo de una beca es una experiencia fabulosa, porque te entrega lo que casi
nunca tienes: tiempo para pensar y crear.
Todos deberíamos tener eso
garantizado. Se llenaría de trabajos hermosos y potentes, de poéticas diversas
y dispersas, habría opciones de todo tipo al alcance de la ciudadanía.
Toda la población saldría
beneficiada.
Y ni siquiera implica tanto dinero, solo voluntad política.
¿Por qué resulta tan difícil entonces?