APUNTES SOBRE CIERTAS INCOMODIDADES
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Las realidades se construyen con ficciones
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Los grupos humanos construyen diferentes
realidades pues elaboran diferentes ficciones.
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Hay algunas ficciones que son comunes a todos
los grupos humanos (o a inmensas mayorías) como la ficción del dinero, del
crédito, del crecimiento, que ha construido, sin ir más lejos, esta realidad
que conocemos como sociedad capitalista.
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Considero a la sociedad capitalista como una
realidad nociva, dañina para la humanidad y para la naturaleza.
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Y no deja de ser una realidad creada por
ficciones humanas. Humanos que son parte de la naturaleza.
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Hemos creado algo que se ha vuelto contra
nosotros y contra nuestro entorno, ese del cual dependemos para vivir.
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¿Cómo podemos enfrentarnos a ello?
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¿Se puede crear una ficción que cambie esa
realidad por otra más amigable?
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Ya antes otra ficciones han construido realidades
casi siempre jodidas: la ficción Dios construyó las realidades del cristianismo
y el islam; la ficción dictadura del proletariado construyó la realidad llamada
comunismo y la ficción de superioridad racial construyó el nazismo; la ficción
de la ley por encima del individuo construyó los estados nación.
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Creamos ficciones para organizar el mundo.
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El problema es que casi siempre construimos
estas ficciones sobre una idea de más allá, algo superior, algo mejor que
nosotros a lo cual someternos para generar el acuerdo necesario.
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¿Por qué aceptaría convivir y aceptar órdenes de
un imbécil si no es porque Dios, la Ley, el Dinero o el Partido así me lo
ordenan?
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¿Será posible inventar una ficción que no
necesite de un ente superior para gobernarnos?
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La justicia, por ejemplo, es una ficción que
podría ayudarnos. La ética también.
Ficciones que apuestan por la equidad, por lo común, por la
horizontalidad, por la igualdad…
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¿Podemos empujar hacia ese camino desde el
teatro?
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Esa es la pregunta que importa en lo que podríamos
llamar las nuevas fronteras del teatro.
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Las fronteras del teatro están en expansión.
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El teatro es un territorio que fue encerrado
mucho tiempo por las academias y los grupos hegemónicos en un par de
compartimentos artificialmente definidos: el texto dramático y la caja negra. El
teatro fue encerrado en el teatro.
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Al menos esa era la idea, porque nunca pudieron
contenerlo del todo.
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Mucho tiempo creímos que sabíamos qué era el
teatro porque íbamos a una sala oscura, con escenario iluminado y ahí estaba.
El teatro aparecía y nos fascinaba.
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Creímos que lo teníamos bajo control.
Domesticado.
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Pero de pronto, miramos a un político haciendo
un discurso, evidentemente falso, pregonando justicia cuando sabemos que es un
asesino; prometiendo bienestar cuando sabemos que es un abusivo; diciendo que
habla en nuestro nombre, que nos representa, cuando sabemos que le sirve a
intereses financieros trasnacionales.
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¿En qué momento se nos escapó el teatro?
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El teatro se salió de su corral.
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O tal vez nos lo quitaron. Se lo llevaron a la
mala. Nos lo piratearon.
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Pero ellos sí que sacan dinero.
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Unos malos actores se suben al escenario,
representan su papel y reciben aplausos. Y de paso, aprueban leyes y se llenan
los bolsillos con dinero que nadie les dio. Y poco a poco destruyen el mundo.
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El teatro sí puede destruir el mundo. ESE
teatro.
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Porque lo aceptamos como cierto, aunque sepamos
que es mentira.
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¿Por qué seguir haciendo teatro en el teatro si
ya se escapó, si ya está afuera?
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Esa es la pregunta que se hacen los que buscan
en las fronteras una posibilidad de cambio.
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Esa es la matriz de lo que ahora han llamado
“escena expandida”.
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La escena que se expande más allá del teatro.
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Teatralidades que aparecen donde no hay
escenarios para reclamar su legítimo derecho a representarnos.
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Para devolver la representación que ha sido
usurpada a la gente que la necesita.
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Esa misma gente que no va al teatro, ni vota.
Porque ahí no los representan.
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Porque suponemos que si ESE teatro puede
destruir el mundo, debería haber OTRO teatro que podría salvar el mundo.
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ESE teatro destruye el mundo porque ha sido
despojado de la poesía.
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Eso que a través de palabras, de movimientos, de
sonidos, de acciones, de imaginación, nos cambia la mirada para redescubrir las
cosas del mundo extrañados y renovados.
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Porque ESE teatro, en lugar de inducirnos a
mirar el mundo de maneras inesperadas y sorprendentes, nos fuerza a aceptarlo
como es, a no protestar, a no preguntar, a no disentir, a no molestar.
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Las nuevas fronteras del teatro hoy en día están
en guerra. Llenas de trincheras, de refugios, de mártires anónimos; llenas de
gestos inútiles, de heroísmos intrascendentes.
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Llenas de muertos, también, como Fernando
Landeros o Nadia Vera.
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En las fronteras del teatro se pelea por el
derecho a vivir de los artistas.
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Se pelea contra el neoliberalismo, porque, por
si no se han dado cuenta, el teatro, tanto el expandido como el que sigue
encerrado en el teatro, no puede sobrevivir en esa realidad que a todo le exige
ganancias y utilidades.
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Por eso el teatro necesita con urgencia cambiar
la realidad. O por lo menos, resistirse a ella.
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Por eso somos raros, incómodos y marginales.
Aunque a veces caminemos sobre la ficción de la alfombra roja, y las cámaras y
las pantallas nos engañen adornando el campo de batalla con disfraces y
decorados.
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Tenemos todas las de perder.
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Pero como dijo Cyrano de Bergerac: “Nada hay más hermoso, que luchar con todas nuestras
fuerzas cuando se sabe la batalla perdida”