lunes, 7 de octubre de 2019

JOKER y el malestar del mundo.



1. Se supone, porque lo han repetido mucho, que el Joker de los comics es la encarnación del caos, aunque esa es una lectura relativamente reciente, pues la idea original era la de un psicópata homicida bufonesco que luego derivó en un ladrón travieso (por imposición del código que censuraba los cómics en los 60´s y 70´s). En el cine apenas  vimos esta idea del caos en la interpretación de Ledger-Nolan. Sin embargo, tal perspectiva simbólica o alegórica no es lo esencial de este personaje icónico. Lo esencial son el delirio y la burla con los que se enfrenta a la sociedad y en especial a su archienemigo, Batman, situado en las antípodas de la conducta humana. Delirio y caos no son, ni de lejos, la misma cosa. La apuesta de Phillips-Phoenix se apega más al origen, y retoma algo que se había descartado en el canon de DC: elaborar los antecedentes. Explicar cómo y por qué alguien termina siendo un maniaco multihomicida. El riesgo: justificar la existencia del monstruo (justificación innecesaria en el universo narrativo de Batman. ¿Pero es innecesaria en el universo narrativo de Joker?) La película ofrece, de entrada, un cambio de perspectiva: vamos a ver desde abajo, desde el villano (el nombre con el que los nobles designaban a los aldeanos de las villas, rústicos, ignorantes, propensos a la delincuencia, incapaces de sofisticación) Esta inversión es un gran acierto, porque de ella emergen todas las cosas que no vemos desde la perspectiva del justiciero, pero que sabemos que están ahí aunque se mantengan invisibles en el cómic. Y lo sabemos porque las vemos o sufrimos en el mundo cotidiano.

    2. En este filme, la degradación social de Ciudad Gótica no es resultado del caos o de individuos corruptos que inducen a otros a cometer delitos, sino de la gestión de una clase dominante, que es sostenida por un sistema diseñado para beneficiarlos solo a ellos. Es, como en la novela gótica del siglo XIX, la sociedad decadente que crea e invoca a su monstruo. Y es que la mayor cantidad de violencia que se ve en la película es violencia sistémica, esa que normalmente nos regatean en el cine de superhéroes.  Casi toda la violencia que aparece, la recibe Arthur Fleck, un pobre diablo con una condición mental frágil, víctima de abuso, que se siente invisible, insignificante, pero que sabe que es especial, sabe que las cosas deberían ser diferentes. Es el lumpen  sin conciencia de clase, que no advierte la explotación del sistema, pero sí percibe la injusticia, ansioso de ocupar un lugar de reconocimiento y aceptación que todos le escatiman.
   3. Al principio, quizás con demasiada redundancia, se nos presenta a un hombre con una identidad pulverizada, necesitado, ansioso de atención y afecto y víctima de sus iguales, que reproducen contra él la crueldad que les enseña el sistema. Un hombre que de a poco va encontrando en la violencia una salida para su ansiedad disfuncional. Al mismo tiempo, conocemos a un Thomas Wayne representando a la clase dominante, sin un ápice de empatía, incapaz de entender el problema al que se enfrenta, y cuya única solución es acumular más poder (él) presentándose a las elecciones para alcalde. Nunca habíamos visto así al padre de Bruce Wayne, porque nunca habíamos visto desde los ojos de Joker (y no es que no se haya mencionado en comics, pero nunca lo habíamos VISTO)
   4.  Hasta que descubre su pasado. O parte de él, y acepta que el asesinato es lo único que lo satisface. “Todos mis pensamientos son negativos” le dice a la trabajadora social que siempre le hace las mismas preguntas, pero no lo escucha. “Nunca he tenido un momento feliz en la vida” le dice a su madre, que lo llama Happy, antes de matarla, mientras todavía su psique busca un asidero de afecto que lo contenga. Pero no. Sin quererlo, desata una protesta social contra los ricos, donde abundan máscaras de payaso, y se ve reflejado en esa rebeldía que no entiende. Deja las medicinas y su mente se aclara. Siempre sube una escalera, derrotado, hasta que la desciende bailando, vestido como Joker. La escema de la escalera es genial no por la metáfora obvia, sino por todo lo que aparece ahí que no se puede nombrar, eso que sentimos que está bien y todo eso que sentimos que está mal, porque para ese momento han logrado colocarnos del lado del tipo más culero del universo DC. Y baila. ¿Es un baile festivo? ¿Es un baile triste? ¿Baila bien? ¿Baila mal? ¿es a propósito? Y de pronto da miedo. Convierte la derrota en potencia. Le ha llegado la hora de subvertir la violencia sistémica para atacar el sistema con una violencia demencial. Con esa falsa alegría que se nos quiso imponer como mandato. Con esa burla con la que siempre lo castigaron. El goce con el absurdo y el sin sentido de la vida. No el caos, no es lo mismo.

    5.  El único lugar donde le prestan atención al payaso que aspira a comediante es en un show televisado, para burlarse de él (otra vez). Pero para ese momento él ya se ha dado cuenta de cuál puede ser su lugar en el mundo. Ha decidido suicidarse frente a las cámaras para hacer algo notable una vez en su vida. Y entonces viene el juego de estatus brillante que se despliega en el programa, donde todos creen que el pobre diablo está muy por debajo, pero no saben que está muy por encima de su percepción alienada de la realidad. El cambio de decisión sobre suicidarse (predecible, pero no por eso menos brillante) para asesinar al presentador que era su ídolo, una suerte de patética figura paterna, es un giro magistral con el que consuma su bautismo de sangre mediático, donde descubre que ahí, en el espectáculo de la violencia, está su destino, que es el rostro de la sociedad capitalista que ignora o destruye a sus ciudadanos en pro de las apariencias: un rostro con pintura de payaso, vacío, delirante y burlón. El crimen mediático como única salida para conseguir identidad. (nada nuevo, pero sí muy vigente)
     6. Y todo funciona gracias a la genialidad y el trabajo intenso del actor. Phoenix nos hace sentir piedad, repulsión, ternura, compasión, emoción y miedo. Por partes y todo junto. Queremos que se vengue, pero no queremos que se vengue. Queremos que se salve pero gozamos que se condene. Sabemos que lo que sigue está mal pero lo sabemos inevitable, pues ocurre por necesidad (aristóteles dixit), porque sabemos que lo que hay también está mal y ha gestado su condena.

       7.  Y pese a todas estas virtudes, la película se queda corta en su escenificación de la protesta social que desencadena el primer asesinato de Arthur: unos juniors acosadores y abusivos que molestaban a una mujer en el metro. Y es que en un principio no se plantean como simples disturbios, sino como un movimiento antisistema. Ahí le sale lo gringo al director-guionista, que al igual que Thomas Wayne, no es capaz de ver las potencias y las afirmaciones de vida que pululan en la desobediencia civil, en las manifestaciones, en las acampadas, en los plantones. No aparece la gente ayudándose a nada, nadie hace preguntas, nadie organiza brigadas, nadie cuida de los otros (todo eso sí pasa en cualquier protesta estándar) Solo se retrata el hartazgo y la violencia callejera que va in crescendo. Y es en ellos, en los indignados devenidos en vándalos, que el personaje, transformado, encuentra la atención y la admiración que ansiaba. Encuentra su plenitud en esa violencia delirante y burlona, sin sentido y sin futuro (mas no por eso inexplicable) que es la esencia del personaje. Como elaboración de un discurso se queda corto, pero nos entrega imágenes magistrales. 
     8.  La película no desarrolla una reflexión sobre la sociedad que no hayamos visto antes en cine ni mucho menos que no hayamos leído en ensayos o artículos o noticias. No va por ahí la cosa. Lo relevante es que es una cinta comercial, pensada para circular por circuitos mainstream, con un aparato de publicidad brutal, cuyo contenido es, por lo menos, incómodo para el gringo promedio. Y es un parteaguas en el cine de cómics y superhéroes como lo fueron para las historietas las publicaciones de DC Vértigo, con Killing Joke y Arkham Asylum, por mencionar algunas. Y no, estrictamente, no es cine de superhéroes. El género de superhéroes es otra cosa que no tiene nada que ver con esto. Solo tomaron al personaje prestado para desarrollar su tema, porque era el personaje más indicado para hacerlo.
9. Ultima reflexión: Hay una insistencia malsana e idiota en los gringos en equipar anarquía con caos. La anarquía, como movimiento social, como ideología, es lo opuesto al caos, pero o no entienden, o se esfuerzan mucho por cambiar el sentido de los términos, como lograron hacer con la palabra democracia.