Recientemente, en el coloquio
organizado por la asociación civil RECIO, escuché repetidas veces, en boca de
productores, programadores y gente de medios, decir que en realidad no había diferencia
entre el teatro comercial y el “otro” teatro, que llamaban “cultural” o
“subvencionado” (y que yo llamaré “de arte” de aquí en adelante)[i]
Cuando dije que la prioridad de
las obras comerciales no eran los resultados artísticos, Jorge Ortíz de Pinedo
me interrumpió, casi gritando y coreado por varias otras productoras, que no
era verdad, que cómo podía decir eso.
Me parece que vale la pena
dedicarle unas líneas a esta reflexión, porque a mí me resulta bastante clara
la diferencia, y me sorprende que no la vean (o no la quieran ver).
Primero, unas preguntas.
- ¿Qué tienen en común el teatro comercial y el “otro” teatro?
- ¿Qué tienen de diferente?
- Y lo más inquietante… ¿Por qué a los productores de teatro comercial les preocupa tanto la separación que sugieren estas definiciones?
En primer lugar, debo decir que a
mí me preocupa su preocupación, porque intuyo que busca hacer invisibles
algunas condiciones que son importantes para nuestro quehacer cotidiano de
creadores de teatro: la manera en la que producimos, la manera en que pensamos
al público-espectador, la manera en que financiamos, la manera en la que
trabajamos, las obligaciones del estado, las condiciones del modelo económico y
las etiquetas de la ropa que nos ponemos para asistir a los estrenos.
La primera pregunta se responde
sola. Es obvio que ambos tipos de teatro tienen muchas cosas en común, tal vez
más cosas en común que diferencias. Edificios teatrales, butacas, maquinaria
teatral, escenario, público, boletos, y un largo etc. Pero en este lugar se
ubica el principal argumento que se esgrime para decir que son lo mismo: “Si
vende boletos, es comercial”. Y bueno, sí, si vende boletos hay ahí una
actividad comercial. Incluso podría existir dicha actividad sin venta de
boletos, o sin venta de nada; con intercambios, por ejemplo, o con donaciones,
o cualquier tipo de transacción aunque no implique dinero alguno. Pero eso es
eludir el punto.
En la misma lógica podríamos
decir que “Si un actor baila, entonces es danza”.
Es decir, que una obra o un tipo
de obras tengan ciertas características de otras no las convierte
automáticamente en el mismo tipo obras. Se le llama comercial, porque el
objetivo principal es vender boletos, y se le llama “de arte” porque el
objetivo principal es expresar un discurso artístico. Es decir, la categoría
viene dada por las jerarquías que condicionan el proceso de trabajo.
Otro argumento muy socorrido durante
el coloquio mencionado arriba fue que había obras buenas o malas en ambos
sectores, y que por lo tanto no servía de nada hacer la diferencia.
También se insistía en que la
división nos hacía daño a todos, porque era necesario “dar juntos la batalla”
para fortalecer la “industria teatral” (y este es otro tema que merece revisar
con lupa: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de “industria” teatral?)[ii]
Como se ve, son argumentos
simplistas que se sustentan en obviedades, pero vale la pena atenderlos más
adelante.
La respuesta a la segunda
pregunta aclara un poco el asunto sobre las jerarquías. En primer lugar, la
diferencia principal está en el modelo de producción. Ambos modelos se parecen
mucho, pero tienen diferencias fundamentales. Quien emprende un proyecto comercial
suele ser un productor que invierte su dinero o consigue dinero de
inversionistas particulares con el cálculo de recuperar la inversión y obtener
alguna ganancia. Para conseguir esto, la realización de la obra se ejecuta en procesos
cortos de trabajo, con objetivos y cronogramas muy rigurosos y bien definidos,
con actores de cierta fama (de preferencia, que salgan en la tele o en medios
masivos), con mucho énfasis en campañas publicitarias, se presentan en teatros grandes que rentan a
particulares (al menos hasta hace poco), con butaquería para 300 o más
personas y en una jerarquía de trabajo
donde la última palabra la tiene el productor (Elenco, diseño de cartel,
contenido sensible, etc.) por razones obvias.
El teatro “de arte”, sigue un
modelo diferente: procesos de trabajo más largos, que implican cierto grado de
experimentación y con calendarios más flexibles, que a veces no tienen fecha de
salida o conclusión, con actores que no suelen ser conocidos por el público,
paupérrima difusión, se presentan casi siempre en teatros pequeños muchas veces
con acuerdos porcentuales sobre el ingreso de taquilla y en la jerarquía de
trabajo la última palabra la tiene el director de escena o incluso el equipo
completo en caso de creaciones colectivas.
Obviamente, no todas las obras
catalogadas dentro de estos tipos cumplen todas las condiciones mencionadas,
pero digamos que esas son las constantes más frecuentes.
Las obras producidas de una
manera, generan ciertas condiciones en el proceso de trabajo que determinan los
alcances de cada obra. Por ejemplo: es muy difícil que una obra comercial se
arriesgue a experimentar con vanguardias artísticas o nuevas teatralidades, por
el simple hecho de que no les da el tiempo (más ensayos equivalen a más dinero
invertido) o por temor a que al público no le guste (y por lo tanto, no pague
el boleto). Así mismo, es común que las obras de teatro “artístico” no sean del
gusto de amplios sectores del público, porque la experimentación con lenguajes
muy sofisticados o en proceso de consolidarse resulta ilegible para alguien que
no es un especialista (y a veces incluso para los especialistas). También es
más frecuente ver temas controversiales en estas obras, porque el discurso de
cada una de ellas se centra en la figura de una persona, el director, cuyas
necesidades expresivas y discursivas ordenan el trabajo y sus preocupaciones
sociales, políticas, éticas, emocionales son las que quedan plasmadas en el
escenario.
Y hay otra diferencia importante.
El objetivo de las obras.
Todos, o la inmensa mayoría de
los teatristas que conozco, se esfuerzan porque las obras les queden lo mejor
posible, sean comerciales o no. Es decir, la diferencia no está en el propósito
de hacer algo bueno.
Sin embargo, el objetivo
principal de una obra comercial es vender boletos. Esto significa que todas las
intenciones expresivas y estéticas deberán someterse a consideración respecto
al objetivo principal. (¿O por qué razón contratarían a William Levy como
actor?)
El objetivo principal de una obra
“artística” es expresar algo. Esto significa que las intenciones
comerciales (y a veces hasta la
paciencia del público) quedarán sometidas a esta necesidad.[iii]
En una conferencia escuché decir
a Tomás Ejea, investigador de la UAM, que la diferencia entre los tipos de
teatro la daba aquello que le iba a permitir al realizador, o grupo de
realizadores, hacer la siguiente obra. Para un realizador comercial, lo que le
permitirá seguir haciendo su trabajo es el éxito comercial de la obra; para un
realizador “artístico” lo que le permitirá hacer otra obra será la aceptación
de un grupo de “expertos” en teatro que le darán validación a su obra (y con
ello, el acceso a subsidios y recintos estatales también subsidiados)
Yo agregaría una ampliación: se
distinguen no solamente por sus fines y permanencia o reproductibilidad, sino
también por su modelo de financiamiento y producción, que sin duda determinan
los resultados estéticos y su alcance de público.
Una última diferencia: el costo
del boleto.
El teatro comercial depende en
gran medida de recuperar lo invertido por ingreso de taquilla, esto implica que
el costo del boleto está definido por un cálculo entre el costo de producir la
obra, mantenerla en cartelera y la cantidad de gente que cabe en el teatro. Son
boletos caros que representan la dificultad de hacer obras teatrales. Hoy en día,
2018, van de $400 a $1,200 o más.
El teatro “de arte” tiene
diferentes formas de financiamiento, pero la más común es el subsidio a través
de programas del estado. Esto permite costos más bajos y la posibilidad de que
accedan otros públicos a las salas. Los precios van de $45 (descuento para
gente de teatro) hasta $300 en salas independientes.
Antes de seguir, aclaro: Todo
bien con el teatro comercial. Este artículo no es una diatriba en contra. Me
parece genial que alguien consiga hacer que algo tan difícil produzca buenos
resultados económicos, venda boletos y alcance a mucha gente. No dudo que tenga
un impacto positivo para la comunidad teatral en general, pues genera trabajo
remunerado mismo que dignifica a los creadores.
Tampoco me interesa cuestionar la
“calidad” de los espectáculos (atendiendo al argumento mencionado antes). Hay
cosas excelentes y otras deleznables en el teatro comercial, en la misma
proporción que las hay en el teatro “de arte” y en cualquier otro tipo de
teatro. Se puede hacer bien o mal, y como es un proceso de trabajo que depende
de lo humano, los buenos resultados son siempre difíciles de alcanzar;
requieren tiempo, esfuerzo, concentración y dinero (o recursos materiales, al
menos).
Y entonces llegamos a la tercera
pregunta: ¿Por qué la insistencia en que son lo mismo?
¿Es porque no se han detenido a
pensarlo?
¿Es porque quieren la validación,
legitimación, consagración o “aura” que tiene la etiqueta de “artístico”?
¿Es porque quieren acceso a los
espacios y presupuestos que facilita el estado para darle lugar a expresiones
artísticas y así, en un cálculo mercantil, reducir los costos de producción?
Como se ve, no tengo una
respuesta para esto, solo más cuestionamientos. Quienes insisten en que son lo
mismo tal vez podrían orientarnos un poco.
Todo esto además, se cruza con
otro problema no resuelto: el de las políticas públicas sobre el arte en
general y sobre el teatro en particular, cuyo abordaje extendería mucho este
texto, pero que no quisiera dejar sin mencionar al menos de pasada.
¿Cuál es el papel del estado en
el apoyo y subsidio a las artes? ¿Por qué el estado mexicano tendría que dar
dinero público para que se produzcan algunas obras de teatro y para que existan
teatros de acceso económico? ¿Qué tipo de obras deberían ser apoyadas con el
dinero de todos? ¿Por qué unas sí y otras no? ¿Quién decide eso? ¿Quién elige a
los que eligen?
Las preguntas del párrafo
anterior deberían ser discutidas en grupo por la comunidad teatral, porque no
existe una sola respuesta que nos deje satisfechos a todos, y el bien común
depende de que definamos juntos qué queremos para la cultura, el arte y el
teatro en nuestro país.
El problema, hasta ahora, es que
todo esto lo deciden unos pocos, y a veces ni siquiera se lo preguntan, solo
siguen inercias o se estancan en burocracias que nos afectan a todos.
[i]
La definición de “teatro de arte” merece un artículo por sí misma, pero viene
directo de Stanislavsky y en resonancia con el devenir histórico de la puesta
en escena como un arte independiente del texto dramático.
[ii]
El tema de la “Industria teatral” merece en sí mismo otro artículo. Como aproximación
al tema, recomiendo el libro Emprendizajes
en cultura: Discursos, instituciones y contradicciones de la empresarialidad
cultural, de Jaron Rowan, ed. Traficantes de Sueños.
[iii]
Lo “artístico” se define por muchas otras cosas además de la necesidad expresiva
de los creadores, pero no hay espacio aquí para abundar en ello. Desde mi punto
de vista, una condición importante es la presentación de un punto de vista
singular y diferente sobre el mundo que vivimos; es decir, que si una obra nos
presenta las cosas como ya sabemos que son las cosas, su valor artístico se
reduce de manera significativa. Esto tiene otra consecuencia, y es que el
contexto en que se presenta la obra (y no solamente la factura de la misma)
determina su pertinencia artística.
Invito a ti y a tus lectores a leer mi propia clasificación. Saludos cordiales. http://ladamadelcabaret.blogspot.mx/2014/07/en-el-teatro-tambien-hay-niveles.html
ResponderEliminarMartín querido lo quiero compartir en RECIO puedes mandarmelo con etiqueta para compartir? Me parece importantisimo porque justo estamos planteando que se hga una ley para espacios independientes?, atisticos?, autosustentables?.
ResponderEliminarcon gusto lo mando, pero quién eres, acá no aparece tu identidad. saludos
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