Hace mucho tiempo escuché
decir a Phillipe Amand, prestigioso diseñador de escenografías, que al diseñar
una escenografía, vestuario o iluminación no debíamos preocuparnos por el
presupuesto, sino por el discurso estético de la obra. Recuerdo que me quedé
pensando sobre el caso mucho tiempo, porque eso parecía muy bonito al momento
de desplegar la creatividad, de imaginar cosas bellísimas sobre el papel, pero
en mi experiencia no correspondía con el día a día, porque siempre me había
tocado diseñar iluminación y vestuario en proyectos con presupuestos ajustados,
y no me sentía con la confianza de proponer cosas que no estuvieran al alcance.
¿Soy un mediocre porque siempre pienso chiquito? ¿Será que mi trabajo no trasciende
porque no puedo pensar más allá de los pesitos que nos dan para producir esto? ¿Tengo
que ser más exigente, más ambicioso, buscar proyectos más grandes,
internacionales, de primer mundo? Algo me incomodaba del tema, pero no sabía
muy bien qué era.
Ainadamar, escenografía de Phillipe Amand |
Luego supe de una carta que
había escrito Alejandro Luna sobre cómo la asignación de un presupuesto había
determinado las condiciones estéticas de una obra. Y Pensé: Si Alejandro Luna,
la figura más importante de la escenografía en México, acaso el que mejores
condiciones de producción puede tener para realizar lo que se propone, pone el
tema sobre la mesa, es que algo debe haber ahí. Algo que se me escapa.
Pensé que la práctica y
algunas lecturas me aclararían un poco la confusión, aunque como suele suceder,
acarrearon más preguntas que respuestas.
La primera fue sobre lo que
llamamos el campo autónomo del arte. Ese lugar aparte, donde un artista
desarrolla su labor de simbolizar el mundo, cuya única función es el goce estético.
¿Las condiciones económicas condicionan lo estético? Porque si es así, el campo
autónomo no es en realidad autónomo. ¿Los temas sociales o políticos sólo son
legítimos en el arte en tanto que generen goce estético?, ¿Qué pasa si dentro o
alrededor de las obras se establecen relaciones políticas o modifican las
condiciones sociales de alguna manera? ¿Qué pasa si la obra se propone generar
esas relaciones, antes que diseñar y acomodar sus partes para producir un goce
estético?
Algo que me empezó a resultar
cada vez más evidente, fue que el modelo de producción no solamente
condicionaba los resultados estéticos de un proyecto artístico, sino que muchas
veces, jugaba en contra de los objetivos de los proyectos. Por ejemplo, cuando
el modelo estético que se busca seguir es el de un director o compañía
consagrada que admiramos, pero no contamos con las mismas condiciones de producción,
necesariamente tendremos un resultado empobrecido. El tiempo de ensayo, el
lugar para ensayar, la capacidad de prueba y error, colaboradores en cada área,
especialistas para cada cosa, dinero para comprar lo necesario, tiempo para
diseñar y planificar, dinero para pagarle a todos por su trabajo… todo eso
condiciona el proceso y sus resultados. Si sólo contamos con fuerza de trabajo
y muchas ganas, ¿a dónde podemos llegar? No dudo que muy lejos, pero
difícilmente al mismo lugar que nuestro modelo.
Numancia, CNT. Foto: EFE |
Pero otra pregunta surgía
constantemente: ¿Por qué compañías o directores que en un momento, con pocos
recursos, crearon obras que me parecían admirables, ahora que tienen más
recursos y mejores condiciones de producción, producen obras que me parecen
todas iguales, o al menos, similares y mucho menos interesantes que aquellas
primeras? Muchas veces he notado en ellos un perfeccionamiento del oficio, al
mismo tiempo que un empobrecimiento del… ¿Discurso? ¿Sentido?
Como si la precariedad
obligara a activar ciertos mecanismos creativos que luego, al ser estabilizados
por los sistemas de consagración, y tener por ello mejores condiciones de producción, perdieran
algún tipo de valor, algún tipo de potencia. ¿Acaso hay que estar medio muerto
de hambre y atenazado por la incertidumbre para generar una escena viva,
atravesada de pertinencia?
Los modelos de producción
condicionan los procesos y los resultados. Pero hablar de “los” modelos es
decir mucho. En realidad, sólo hay un modelo que se usa de manera generalizada:
se consigue dinero (ya sea dinero público concursado o asignado a fondo
perdido, o dinero privado considerado como inversión o mecenazgo) y se gestiona
un espacio para la presentación (un teatro público, concursable, o un teatro
privado, rentable) se hace un plan de trabajo y se ejecuta sobre un cronograma.
En el mejor de los casos, se hace una numeralia con los alcances (imaginarios)
del proyecto o con los resultados e impacto (maquillados) del mismo (si es un
proyecto público, a nadie le importa que sea verdadero lo que se informa,
bastará con que tenga buena cara para ponerle palomita a un reporte de oficina;
si es un proyecto privado, lo que importa son las ganancias sobre la inversión
original).
Mendoza, dir. Juan Carrillo |
El modelo (que sigue siendo el
mismo) se modifica sensiblemente cuando el grupo no tiene dinero pero están de
necios con hacer el proyecto. Entonces la inversión inicial se convierte en
recursos conseguidos como préstamo o donación, y la voluntad de los
involucrados, su fuerza de trabajo se pone a servicio de la obra sin paga, con
la esperanza de lograr un buen resultado y que de ahí se les retribuya algo del
esfuerzo. Tanto préstamos y donaciones como voluntades tienen un alcance
limitado, y condicionan el proceso por su misma materialidad.
Repitiendo un poco: El proceso
está determinado por el modelo y las condiciones de producción; como el proceso
condiciona los resultados estéticos de la obra, luego entonces los resultados
dependen del modelo de producción. Cuando el modelo de producción es estable,
produce resultados estables y similares. Me aventuro a suponer que es por eso
(aunque no solo por eso), que las estéticas de los teatristas consagrados
tienden a parecerse. Cuando el (mismo) modelo de producción es inestable, puede
producir tanto resultados empobrecidos como hallazgos interesantes, pues las
condiciones de precariedad e incertidumbre dinamizan el proceso y fuerzan
soluciones más imaginativas.
El jardín de los cerezos, CNT Foto Marco Peláez |
Al mismo tiempo, sucede que
muchas veces, la dictaminación para asignar apoyos a producción concursables,
así como la crítica de obras realizadas, aplican criterios atrofiados por el
modelo de producción asumido como el normal. Se espera y se asume que el “buen
teatro” sea de determinada manera. Así, una obra o proyecto es percibido como
“malo” o “poco profesional” cuando su estética no corresponde a las estéticas
asimiladas y facilitadas por el modelo de producción. Se entra pues, en un
círculo vicioso y de estética endogámica, que, como suele pasar en familias
incestuosas, produce hijos deformes o idiotas. Esta condición se reproduce en
los procesos de enseñanza de las escuelas de teatro: se adiestra a los alumnos
para apreciar como buenas ciertas estéticas que son resultantes del modelo de
producción hegemónico vigente.
Esto establece también ciertas
relaciones de poder en torno al modelo y la estética. Aquellos que se ajustan a
este modelo, tienen la oportunidad de ser considerados tanto en programaciones
y estímulos a la creación como en inversiones de capital privado.
Aclaración: No quiero decir
con esto que exista una manera “pura” y no corrompida de producir en oposición
a una manera “impura” o viciosa que ejecutan las personas perversas que
detentan el poder. Ciertamente, las condiciones son flexibles en muchos
sentidos, y permiten tanto conductas perversas como encuentros afortunados; las
personas se ven implicadas como sujetos y su ética de trabajo así como sus
convicciones también se ven involucradas en el proceso, lo cual es un factor
que puede modificar mucho los resultados. Pero lo que me interesa señalar aquí es
lo que veo con respecto a cómo las tendencias estéticas y políticas se
articulan en torno a este modelo de producción.
Tengo la impresión de que el
modelo funciona justamente por aquello que queda afuera de los calendarios, las
rutas críticas, los presupuestos y los planes de producción: funciona por la
voluntad y la implicación de las personas. Funciona a pesar de sus propias
condiciones. Incluso en las producciones con mejores condiciones, incluso en la
compañía nacional de teatro o en teatro UNAM, el modelo funciona por una
mística que supone que el teatro es un lugar de excepción, una lugar de
sacrificio y entrega donde si nos volcamos a nuestra labor con vehemencia y
delirio, algún día podremos ser canonizados. Funciona porque nos contamos una
ficción donde nuestro esfuerzo se convierte en arte, y el arte nos salva y nos
redime de alguna manera.
El principal factor para que
el teatro suceda es entonces el deseo que tienen los que lo hacen, de que así
suceda. ¿Cómo se contabiliza eso en términos de fuerza de trabajo? ¿Cómo se
mide esta voluntad de los involucrados? ¿Cómo se calcula su empuje y
consecuencias en el resultado? Retomaré esto más adelante.
Ahora bien, los grupos independientes
que trabajan con pocos o ningún recurso dependen completamente del deseo de los
involucrados: esa misteriosa necesidad que los pone en movimiento y los
mantiene en la ruta de hacer una obra de teatro.
Encuentros Secretos, de la Compañía Opcional |
Si se sustituyen los recursos
en moneda por otro tipo de recursos, se modifican entonces las condiciones de
producción, el proceso y los resultados, aunque el modelo de producción siga
siendo más o menos el mismo. Mientras más radical (o pobre) sea una obra en
este sentido, más diferencias encontrará en el proceso. Así, la inversión de “capital
humano”, como fuerza de trabajo voluntario (las razones del voluntariado pueden
ser muy diversas), aportaciones solidarias, donaciones en especie, préstamos e
intercambios, ofrecen alternativas a la moneda.
Aun así, el trabajo invertido
debería (al menos en teoría) retribuirse con algo más que la satisfacción de
expresarse frente al público. La economía de una obra no será saludable
mientras no exista una equivalencia entre trabajo invertido y beneficio
(material) obtenido, es decir, que en términos económicos, la mayoría de las
obras (¿80%, 90%, 95%?) independientemente de su calidad no gozan de buena
salud.
Los intercambios de trabajo
por trabajo como estrategia para reducir los costos de una producción pueden
ser muy útiles, siempre y cuando las lealtades entre los socios lo permitan.
Normalmente, estos intercambios no se hacen bajo la protección de un contrato,
así es que la palabra dada y la confianza son elementos fundamentales para
llevarlos adelante (por otro lado, tampoco se firman contratos en la mayoría de
los proyectos de teatro independiente, y en el caso de los proyectos
institucionales, los contratos llegan casi siempre cuando el trabajo ya fue
hecho, por lo que la confianza también es importante, aunque frecuentemente es
sustituida por valores más dudosos: la esperanza o la desesperación).
Intercambiar, por ejemplo, un trabajo de creación dramatúrgica por uno de
creación coreográfica es un buen trato, pues ambos creadores consiguen para sus
respectivos proyectos algo que de otra manera hubiera resultado incosteable en
condiciones austeras de producción. El problema es que para ambos, el trabajo
se duplica, teniendo que trabajar en el proyecto propio y en el proyecto con el
cual realizaron el intercambio. Este esquema solo resulta si el proyecto propio
tiene la suficiente proyección y vida como para retribuir el esfuerzo, lo cual
suele ser la excepción y no la regla.
A esto se suma la dificultad
para conseguir infraestructura que permita el trabajo. Salones de ensayo,
bodegas de escenografía, utilería y vestuario, foros para presentar las obras, equipo
técnico adecuado, son carencias comunes cuando la producción se realiza por
fuera de la cobertura institucional y sin recursos monetarios.
Los subsidios a la producción
y las becas para creación inyectan oxígeno a la precariedad imperante, pero al
tratarse de apoyos esporádicos, con un fondo insuficiente para atender la
demanda de los creadores, repartidos de manera inequitativa entre los
solicitantes, ese oxígeno no sirve para
aliviar la respiración del gremio, sino solamente para sostener a una élite de
creadores (algunos meritorios, otros no) que han invertido no solamente en su
trabajo artístico, sino en relaciones de conveniencia con aquellos que suelen conformar
los jurados.
Otro tanto puede decirse de
los espacios escénicos establecidos, principalmente los administrados por el
estado, cuyos mecanismos de programación reproducen el esquema consagratorio de
las becas al momento de revisar proyectos: un cuerpo colegiado de “reconocidos”
artistas elige cuáles son los proyectos “dignos” o “meritorios” para obtener los
beneficios de presentarse en un espacio sin pagar renta ni técnicos ni
difusión, y a veces, hasta de contar con un apoyo económico.
Intervención escénica en el festival La Bestia |
Aún con todas las carencias y
obstáculos antes mencionados, en el terreno de la crítica se le exige a las
compañías independientes que tengan resultados artísticos del mismo nivel de
aquellas que cuentan con mucho mejores condiciones laborales y de producción.
De estas desigualdades surgen la mayoría de los rencores que mantienen dividida
a la comunidad en “clases sociales” que entran en lucha en la disputa por
mejores condiciones de vida, trabajo y reconocimiento.
Y, para no dejar fuera de este
diagnóstico un mal común padecido en todos los niveles, hay que mencionar ese
terrible momento de planear ensayos con las agendas en la mano, que se ha
convertido en la pesadilla de cualquier proceso. Los actores (pero también
dramaturgos, directores, escenógrafos, productores, etc) tienen agendas
saturadas porque la precariedad los obliga a enrolarse simultáneamente en
muchos proyectos, además de buscar un trabajo estable que les provea de lo
mínimo para vivir; estos trabajos suelen ser clases en escuelas de todos los
niveles, así como puestos de oficina, pero también taxis, comercio informal,
ventas de productos por catálogo y, para los embaucados o embaucadores, flores
de la abundancia, telares de bendiciones o como quiera que se llame la
siguiente pirámide de estafas.
Todo ello desemboca en que el
tiempo de trabajo en la obra está condicionado, empobrecido y obstaculizado por
las condiciones materiales de la vida de los creadores. Se trabaja mucho y al
mismo tiempo muy poco. ¿Y los resultados? Obras mediocres no por falta de
talento, sino por las condiciones de vida y de producción que nos ofrece el
sistema en el que estamos inmersos.
El Séptimo Urbano, de La Fulana Teatro en el festival TFM |
Y aún así, con todo esto
formando un pantanal, las estéticas de la precariedad proveen de cuando en
cuando de hallazgos escénicos y experiencias afortunadas. Incluso me atrevo a
decir que no es raro encontrar más vida en el teatro llanero que en las obras
auspiciadas por instituciones. Peter Brook, que como todos saben, además de
director era médium y vidente, describió en su librito de 1968 “El espacio
vacío” las producciones de la Compañía Nacional de Teatro, cuando señala: “…un
adecuado grado de aburrimiento supone una tranquilizadora garantía de que el acontecimiento
es digno de mérito”.
En medio de esta crisis,
apenas perceptible, se desarrolla una economía paralela, invisible, pero
gracias a la cual se sostiene en pie la creación escénica. La economía de los
afectos que se ponen en juego en los procesos de producción de las obras.
Por un lado, un deseo que
impulsa y moviliza las acciones, justifica el trabajo aunque no sea bien
pagado, porque hay en los artistas un tensor vibrando por debajo de la línea de
flotación de la lógica del mercado. Eso que llamamos “la necesidad de
expresarnos” es una afectación que nos impulsa a resistirnos a un trabajo
estable y remunerado para retozar en la incertidumbre del trabajo artístico. Y
esta afectación permite que seamos comprometidos y solidarios con proyectos de
dudosos beneficios. Elegimos creer que vamos a ganar algo de los ingresos por
taquilla, aunque todas las estadísticas y experiencias anteriores demuestren lo
contario. Elegimos endeudarnos y “a ver cómo le hacemos” porque intuimos que en
la hoja de Excel con gastos y ganancias hay algo cualitativo que se quedó
afuera.
Nuestros cuerpos son
atravesados por el goce de hacer lo que hacemos. ¿Eso se incluye en la
numeralia de los informes? No que lo haya visto, y sin embargo es uno de los
principales motores que mantienen en movimiento no solo al gremio de artes
escénicas, sino a toda la creación artística. Y es también la principal razón
porque que aceptamos que no nos paguen, con tal de hacerlo.
Bola de Carne, en el festival TFM |
Muchas veces organizamos una
compañía teatral a partir de las simpatías con otros compañeros. Trabajamos
siempre en equipo y establecemos redes de afectos y colaboraciones que se extienden
y se complican con el paso del tiempo. Una inmensa cantidad de lo que hacemos
lo hacemos por razones diferentes a la paga o la conquista de posiciones.
Razones no razonadas. Apuestas intuitivas.
Para bien o para mal.
Amores y odios, simpatías y
antipatías, filias y fobias, embriagueces y sobriedades, lealtades y traiciones
condicionan los procesos de trabajo; los modelos de producción se descomponen
todo el tiempo por la interferencia de estos factores no contabilizados (ni
contabilizables).
La frase “Un profesional no se
involucra con asuntos personales” es falsa. Todo es personal. Y mientras menos
dinero, mientras mayor es la precarización del gremio, esto se vuelve más
cierto y más urgente.
¿Se puede hacer algo con esto?
¿Es posible organizarlo?
Sí, si asumimos que
“organizarnos” no es ponernos de acuerdo sobre algo, sino actuar en torno a una
percepción común. Esta puede ser una urgencia física, material, o una ficción
aglutinante. (Ojo, hay ficciones aglutinantes como la patria, el partido, la bandera
o Dios que suelen ser muy nocivas)
Quisiera entonces proponer un
ejercicio de imaginación. La proyección de un futuro posible.
¿Qué pasaría?
1.
¿Qué pasaría si se protege lo mínimo necesario
para la vida de los artistas (y ojalá que de todas las personas)?: casa,
comida, salud. Una cobertura básica de las necesidades humanas, de modo que sea
cual sea el trabajo realizado, esto no falte.
2.
¿Y si además Se ofrece infraestructura para la
realización de obras?: salones de ensayo, bodegas de vestuario y escenografía,
talleres de realización, etc.
3.
¿Y si también se incentivan y protegen desde la
ley las actividades económicas asociadas al arte?
4.
¿Y si se suma que las agencias de publicidad y
promoción paguen impuestos en especie realizando campañas para artistas?
5.
¿Y si todos estos beneficios, estímulos, becas,
se reparten de manera equitativa sin importar la calidad “artística” de los
proyectos, solo atendiendo a su viabilidad?
Tómese en cuenta lo que podría
movilizarse con estas condiciones si se cruzan con la red de afectos antes
mencionada.
Las utopías tienen mala prensa
por no ser realistas. Pero también son esas ficciones aglutinantes las que
pueden movilizar las voluntades.
Quién sabe.
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