El otro día una famosa (prestigiosa,
loada y adulada) actriz y productora me preguntó (parafraseo): “¿Y por qué mis
impuestos tendrían que subsidiar obras de teatro de hueva que nadie entiende?”
Como el tema de la reunión era
otro, no pude responder lo que realmente pienso con profundidad, así es que
ahora me doy un tiempito para abundar en el tema.
Habría que
empezar por acordar cuál es la función social del arte. Tremendo tema. No es un
asunto que pueda zanjar yo solito pero adelanto una idea para discutir y poder
seguir adelante:
El arte tiene
la función (entre muchas otras) de producir cierto tipo de experiencias y
maneras de mirar y pensar el mundo de forma diferente.
¿Diferentes a
qué? A todo eso que asimilamos como “normal”.
¿Qué utilidad
tiene eso para una sociedad? Pues nos permite pensar y sentir no solo desde lo
que existe dentro de una norma aceptada y asimilada, sino también desde lo
posible (deseable o indeseable).
Visto desde
este ángulo, cuando el arte deviene en entretenimiento que reafirma los
estereotipos y clichés que la sociedad produce, puede resultar muy gozoso, pero
con un grado menor de relevancia desde el punto de vista social. El mero entretenimiento
sirve como distractor, pero no produce visiones de mundo diversas. Cuando el
entretenimiento viene acompañado con una divergencia sobre el mundo
establecido, entonces se vuelve relevante.
El arte
teatral, como experiencia viva, tiene además un grado de “contagio” en la
emoción que puede devenir en pensamiento. Este contagio no es racional, es
físico, biológico y neuronal. Conserva algo de aquellos rituales que hicimos
cuando empezábamos la aventura del homo sapiens, y que antes de ser
simbolizados como una mitología que explicaba el mundo, eran un acto de
reafirmación de la comunidad: una manera de decirnos “esto somos, estamos juntos”.
Esto somos,
estamos juntos.
Eso significa,
todavía, hacer teatro.
Si existen
muchas y diversas maneras de hacer teatro, muchos tipos de opciones y
experiencias posibles, existen entonces muchas maneras de ser y estar juntos.
¿Cómo
garantizar que haya muchas, diversas y variaditas formas de hacer teatro?
Hoy por hoy
conocemos tres modelos posibles: 1. que alguien invierta dinero particular
(personal o de una empresa) con la esperanza de recuperarlo luego de las
presentaciones por medio de la venta de boletos y/o publicidad. 2. Que un grupo
o comunidad (pueblo, barrio, congregación, escuela, familia, grupo de amigos)
ponga los recursos para hacer la obra sin esperar nada a cambio más que la obra
en sí. 3. Que el estado ponga lo necesario (parcial o totalmente) para que la
obra se realice. Cada uno de estos modelos condiciona diferentes tipos de
resultados, diferentes tipos de obras.
En el primero,
como se espera una recuperación económica, solo pueden existir obras de poco
riesgo, que garanticen medianamente bien que la inversión regrese, de
preferencia con ganancias. Para esto suele recurrirse a estereotipos que el
público acepta fácilmente, y casi siempre, a actores con cierto impacto
mediático (sin importar su capacidad o idoneidad)
En el segundo,
las obras que pueden existir están condicionadas por los intereses (y recursos
disponibles) de la comunidad. Suele tratarse de obras honestas y relevantes
(para cada comunidad) en su discurso, aunque muchas veces adolecen de pobreza
técnica en su ejecución.
En el tercero,
las obras están condicionadas por el criterio (o gusto) de aquellos que deciden
cuáles merecen ser apoyadas por el
estado. Si estas personas deciden apoyar obras que se parecen a las primeras,
ya sea porque otorgan recursos directos, o porque les dan lugar en los espacios
oficiales, o porque reciben estímulos fiscales que no están al alcance de
todos, y así reproducen los mismos formatos y estereotipos, entonces
la diversidad teatral se empobrece y las posibilidades de ser y estar de
maneras diferentes, se reduce.
Por eso me
parece importantísimo que obras raras, feas, incomprensibles, incómodas,
inclasificables, encuentren apoyo en los recursos que el estado ofrece para
ello, y que son los impuestos de todos los ciudadanos. A todos nos conviene que
haya obras “de hueva e incomprensibles”, por las que nadie pagaría un boleto,
por el simple hecho de que eso nos garantiza más visiones de
mundo.
Es en la zona que está afuera del perímetro (la ex-perimentación)
donde se dan los hallazgos, que luego el canon se apropia, domestica y
normaliza.
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